A veces me pregunto por qué me hice pedagoga. Mi título universitario dice “Licenciada en Filosofía y CC de la Educación. Pedagogía”. Cuando me matriculé, recuerdo que lo hice respondiendo a una llamada, a una corazonada. Nunca lo había planificado. Me encantaba la Filosofía y la Psicología, pero creo que no conocía apenas esta palabra, Pedagogía, que mi abuelo ridiculizaba preguntándome si era Pedaboba.

Entré en la Universidad y me fascinó todo. Literalmente todo. Descubrí la sociología, la ética, el diagnóstico, la educación especial, la psicología… Pero lo que aún me asombra es la pasión por la educación que comenzó a desarrollarse en mí. O tal vez ya estaba, quizás siempre había estado en mí, simplemente no lo había descubierto.

Desde las teorías del transgeneracional probablemente esta vocación haya visto la luz en mí para sanar el árbol de esas niñas que no estudiaron, y de esos tatarabuelos y bisabuelos que tuvieron que estudiar para ser aceptados por las familias de sus mujeres. La pasión por la educación especial tal vez tenga que ver con niños muertos, con discapacidades ocultas; el interés por acompañar a niños y adolescentes, y la lucha por la igualdad de oportunidades seguro que es respuesta a algo vivido por mis antepasados. Sea como fuere, lo cierto es que llevo más de 25 años dedicada a la educación.

He trabajado como coordinadora de educación de patronales de educación, para el Ministerio de Educación en investigación educativa, con niños con discapacidad, como orientadora… Y todo me ha encantado.

Educar, guiar, acompañar, enseñar. Algo innato en mi aparece cuando estoy explicando algo a un chico, aunque nunca quise ser profesora; algo innato se da cuando de pronto de mis manos sale algo creativo, aunque nunca he dibujado bien ni pensé que se me daría bien la escritura.

Realmente siento que algo mágico se da dentro de mí, algo se despierta cuando aparece la pedagoga.

Y después de todo esto, te preguntarás: pero entonces, qué es la pedagogía.

El pedagogo era el esclavo que acompañaba a los niños a aprender. Es quien guía, quien conduce al aprendiz. Pero también conduce al maestro para que enseñe del mejor modo posible.

Yo no arreglo niños ni adolescentes ni familias; yo no inserto chips para aprender. Simplemente acompaño para que lo que hay en ti, vea la luz; para que eso que no comprendes, se despeje.

Cuando hace unos años hice el coach en educación transpersonal, el lema era: educamos por lo que somos. Y así es, yo educo por lo que soy. No sólo importan mis palabras o mis actos, importan mi lugar, importa desde dónde hago lo que hago. Importa todo mi ser, porque hay muchos aspectos sutiles que se trasladan, que se transportan y transmiten cuando yo entro en un aula, hablo a unos padres o a unos niños. Yo no soy de inteligencia artificial. Por eso es tan importante mi propio trabajo personal.

Cuando enseño a un chico a meditar, doy pautas de crianza a una madre, doy una charla a unos docentes, lo hago desde mi ser, y desde mi vocación y pasión por la educación y la pedagogía.

Desde la pedagogía yo acompaño a ese niño que tiene dificultades de aprendizaje, a esos padres que no saben por dónde comenzar cuando su hogar ha perdido su armonía; desde la pedagogía yo me acerco a ese chico que no comprende lo que lee, ajustando mi modo de enseñar a su modo de aprender.

Me adapto porque no puedo transmitir del mismo modo a todos. Igual que a una persona ciega no le haré gestos, a un alumno que no comprende las palabras no le aturdiré con largas explicaciones, pero sí le daré imágenes para que le ayuden.

La pedagogía es el arte de acompañar para que cada cual alcance su potencial, adaptándose a las peculiaridades de cada uno.