Hace 6 años tuve uno de esos momentos que te cambian la vida y que te recuerdan que no controlas nada de nada. Escribí un texto que aquí te envío, por si puede aportarte algo. Entre paréntesis añado hoy algunas palabras.
«Hace 6 meses me rompí una pierna esquiando. Literalmente se destrozaron la tibia y el peroné de mi pierna derecha. Está siendo una de las experiencias más importantes que he vivido hasta ahora, y por eso he decidido dedicarle una de las entradas.
Recuerdo estar tirada en la nieve esperando a que vinieran a socorrerme. El dolor era tan grande, tan intenso, que ya casi no era dolor. Es increíble cómo el dolor puede ser tan grande que parece que desaparece.
Mientras esperaba la camilla tirada en la nieve, venían a mi las palabras de Antonio Consuegra en su libro El árbol cósmico, cuando relata el gran accidente que tuvo, también en la montaña, y los enormes dolores que soportaba. Me venían también las frases de Jeff Foster, especialmente esas en las que dice que el dolor no es más que una ola más, y que el dolor no es insoportable, porque si fuera insoportable, uno no lo estaría soportando. Parece un juego de palabras pero realmente es cierto y ayuda. Mentalmente me repetía: “lo estoy soportando, lo estoy soportando”. Cuando estás ahí, todo va relativamente bien. Hay dolor, pero no hay sufrimiento.
El mayor problema llega con la mente, cuando esta te dice: “sí, este momento lo has soportado, pero… ¿soportarás el próximo?”. En el momento en que escuchas a la mente y te crees que el siguiente momento, no este, el siguiente momento, va a ser terrible e insoportable, estás hundido, porque estás sufriendo. Sí, el sufrimiento aparece cuando metemos a la mente en nuestro dolor. El dolor es físico y es presente; el sufrimiento es mental, puede venir por el futuro, o por el pasado. El sufrimiento viene cuando nos resistimos al dolor. Del tipo que sea.
Así que yo no podía permitirme escuchar a mi mente. Debía estar en mi cuerpo. Yo respiraba, y respiraba, y recordaba el retiro Vipassana en el que había participado unos meses antes. Esos momentos en los que te duele todo el cuerpo, y sigues meditando sintiendo cómo tu cuerpo, y sobre todo cómo tu mente, se sumergen en el dolor. Y de pronto, no hay dolor porque se ha traspasado. El dolor sigue, te inunda, te fundes con él, y de pronto eres dolor. Y sigue sin haber sufrimiento.
Iba una y otra vez a las sensaciones: a lo que veía, a lo que escuchaba, para no caer en el sufrimiento, para no luchar contra el dolor, con la esperanza última de poder descansar.
Mientras bajaba en la camilla, escuchando mis huesos crujir cada vez que pasábamos por el más mínimo bache, una y otra vez me entregaba a la frase de Dag Hammarskjold, que Anthony de Mello recoge en su libro El canto del pájaro:
Por todo lo que ha sido, gracias.
A todo lo que ha de ser, sí.
Yo la hice personal con un “gracias por todo lo que ha sido mi vida hasta ahora, sí a todo lo que haya de venir.” Me embargaba una inmensa confianza en la vida. Yo sabía que todo eso pasaba por algo. Sabía que al final era para bien. Quizás por eso no tuve miedo, o mejor dicho, no fui consciente de que tenía miedo. Me repetía: confía, confía.
Al final se trata de una entrega total a ESO, a ese SER que es superior. Una rendición total ante lo que no controlamos, ante la Vida, antes las olas grandes y ante las pequeñas. No controlamos prácticamente nada. Por tanto, ¿por qué enfadarnos cuando ocurren imprevistos? Nuestra vida son imprevistos que hemos de manejar como podemos, sacando siempre lo mejor. La vida es un juego. No hay mala suerte ni buena; no hay porqués, sino paraqués. Esta era mi partida del 2016, cada uno ha tenido la suya.
Estos meses han constituido una gran oportunidad para pararme en seco, para pensar cómo deseo vivir; para meditar, para aprender, para observar… o simplemente para SER y ESTAR en cada momento. En el presente.
De no haber practicado meditación y Mindfulness, todo el proceso habría sido muy diferente. Estoy segura. Habrían sido seis meses de sufrimiento, y sin embargo han sido seis meses con dolor, por supuesto; pero en los que apenas ha habido sufrimiento (aunque por supuesto, también, hubo habido algo).
Y honestamente, siento en este momento un profundo agradecimiento a la Vida.»
Hoy, al leer lo escrito en aquel momento, me sigo sorprendiendo. Me sigo emocionando. Tal vez hoy habría hablado más de Dios, como sea que lo conciba cada uno. Y diría: gracias a Dios que me ha traído este momento, confío en Dios en que todo será para bien. Aprendemos con las crisis. Ojalá fuera de otro modo, pero el ser humano es así. Aprende al salir de su zona de confort. Además, siempre he sentido que ocurrió porque no estaba tomando las decisiones que debía tomar. Y como no lo hacía, la vida, o Dios, me obligaron a hacerlo. Mi editor también me dijo en aquel momento: «vaya, no has podido sostener la publicación del cuento». (Un Bosque Tranquilo acababa de publicarse, y tal vez fue demasiado para mi). Sea lo que fuera, sé que fue PARA algo.
Hoy, seis años después de ese día, pido a Dios que me ayude a tomar el rumbo que realmente deseo, para lo que me mantiene en este mundo. ¿Y cómo lo escucho? En el silencio de cada día.
Si te ha gustado, inspirado, o si tienes algo que comentar, te invito a ello.
Un gran abrazo.